La cruz no será más pesada
que la gracia que Dios da;
aun si la tormenta me espanta
no podrá esconder su faz.
La gracia de Dios me bastará;
su ayuda jamás me faltará;
consolado por su amor,
que echa fuera mi temor,
confiaré yo en mi Señor.
Mi cáliz nunca es tan amargo
como el de Getsemaní;
en mis días más apurados
no se aparta Dios de mí.
La luz de su rostro me alumbra
en el tiempo de aflicción;
y mi alma gozosa vislumbra
el palacio de mi Dios.