Jerusalén de arriba, hogar de paz y amor,
allí los redimidos alaban al Señor,
no hay noche allí que oculte del sol la claridad;
y abiertas están sus puertas al mísero mortal.
Aquella hermosa patria de Dios es la mansión;
allí no hay más pecado, pesar, ni tentación;
angélica armonía resuena por doquier,
¡oh, cuándo yo por sus puertas con júbilo entraré!
En ese hogar me esperan con cariñoso afán
amados de mi alma que pronto me verán.
Pues nada ya en el mundo me puede retener
y sé que allá con los santos a mi Señor veré.