¿Hasta cuándo, Señor, yo te pido,
hasta cuándo tendrás escondido
tu rostro de mí?
¿Hasta cuándo en el alma, dudoso,
todo el día con pecho angustioso,
tendré que sufrir?
¿Hasta cuándo el feroz enemigo
al luchar orgulloso conmigo
triunfante saldrá?
¡Oh Señor y mi Dios, presuroso,
vuelve a mí tu semblante amoroso
y escúchame ya!
Ilumina mis ojos, de suerte
que el sueño de súbita muerte
no venga a dormir.
Que no diga: “vencíle”, algún día
mi enemigo; y rebose alegría
si caigo infeliz.
Pero yo en tu bondad he confiado
y de gozo mi pecho colmado
será en tu salud.
Al Señor, que me dio bienes tantos,
placentero diré nuevos cantos
al son del laúd.