Yo, vil, indigno pecador,
mi alma llena de dolor,
perdón buscando, acudí
a Cristo que murió por mí.
Murió por mí, murió por mí.
Jesús murió por mí.
Con humildad y contrición
le supliqué su compasión
postrado a sus pies pedí
perdón, porque murió por mí.
"perezco, sálvame, Jesús;
confío sólo en tu cruz;
¿a quién iré sino a ti?
Y tú me dices: ven a mí".
Mi petición Jesús oyó
y del pecado me lavó,
en esa fuente carmesí
que en la cruz abrió por mí.
Hallé en mi Jesús perdón,
alivio, paz y salvación;
y toda dicha conseguí
en Cristo que murió por mí.