Si yo tuviera de la mañana
las raudas alas para volar,
yo muy contento me trasladara
a las riberas de Canaán.
Ángeles blancos me llevarán
a la presencia de mi Señor,
y yo con júbilo cantaría
con los salvados por su amor.
Allí no hay llanto, no hay amargura,
allí no se sabe lo que es dolor,
allí es todo luz y alegría,
allí todo es amor.
Vestidos blanco, palma y corona
cada uno de ellos visten allí,
y sé ahora que si soy fiel,
vestido blanco hay para mí.
Allí no hay llanto, no hay despedida,
allí nunca se dice adiós,
porque allí siempre reinaremos
junto a Cristo nuestro Señor.