Qué puro amor yo recibí
de Cristo mi Salvador.
Vestido blanco hay para mí,
si siervo fiel a mi Señor.
La sangre de Jesús me dio la sanidad,
la muerte en la cruz la debo yo pagar,
y nunca más ingrato te seré,
yo quiero serte fiel, mi padre celestial.
La gratitud en mi corazón
me hace cantar a mi Señor
las alabanzas de su amor,
y su bondad no tiene fin.
Vino el Señor con voz de amor
y el pecador no le escuchó,
siguió el camino de maldad
sin recordar a su Señor.
Cuando en la cruz Cristo expiró
dijo él: "perdónalos, Señor",
el vaso amargo lo bebió
sin vacilar ni desmayar.