Alma mía, no delires,
ni suspires de dolor;
que posees en el cielo,
tu consuelo, tu Señor
Jesucristo, del pecado
te ha librado con la cruz
y derrama sobre el alma
gozo, calma, paz y luz.
El conoce tu conciencia,
tu dolencia y frenesí,
y con ansia te bendice
y te dice: "Ven a mí".
No más llanto, no más penas,
cosas buenas gozarás:
y en los brazos de tu dueño
dulce sueño dormirás.