¡Oh, Señor! Procuro en vano,
mi conducta reformar;
pues ningún poder humano
santidad me puede dar.
Es mi vida de pecado
diaria ofensa para ti;
pero mi alma ha confiado
en tu sangre carmesí.
En tu reino está el contento,
nada impuro allí entrará;
sin el nuevo nacimiento
ningún alma lo verá.
Mira, pues, mi insuficiencia,
muestra en mí tu gran poder;
manifiesta tu clemencia
y de nuevo hazme nacer.
Ven, espíritu Divino;
ven y escucha mi oración;
ante ti mi frente inclino,
por mi regeneración.
De este modo mi esperanza
no vacila y llego a creer
que la bienaventuranza
en el cielo he de tener.