En horas tristes de dolor
fuiste mi amparo, gran Señor;
todo aquel que en ti creerá
aunque esté muerto, ¡vivirá!
Clamé a ti, en mi ansiedad,
convalecí de enfermedad;
porque tu brazo de poder
restituyó mi triste ser.
Por valle obscuro al cruzar
mi senda hubiste iluminar;
si abandonado me encontré,
mi fiel vanguardia el Señor fue.
Con su bandera él me cubrió,
mis enemigos ahuyentó:
mi sed ardiente hubo calmar
y mis heridas, cicatrizar.
Ungiste el lecho del dolor,
Jesús, mi buen consolador;
aunque en el mundo y sin hogar,
mas el Señor me ha de auxiliar.
En negra noche y tempestad;
todo lo calma con claridad;
la copa amarga como hiel
la torna dulce, cual la miel.
En fuerte, recio vendaval
en densa noche abismal,
en la audaz persecución,
en todo, es Dios mi protector.
Mi honra es a él servir
y mi promesa fiel cumplir;
pues, mis gemidos y lágrimas
serán cambiados, en un cantar.